“Eres distinto o estás extinto”, es una de las frases a las que me remito al momento de comenzar a hablar de la problemática que genera el término "cultura" en la actualidad, confrontación originada a partir de la mala interpretación de la que es víctima dicho concepto, por parte de una sociedad liquido-gaseosa, en la que impera la levedad crítica y mental.
La expresión cultura, es denominada como un conjunto de prácticas y/o comportamientos que regulan y controlan a una sociedad, que no permanece estática frente a un resistente y predominante campo mediático, permitiendo de esta manera, renovarse conforme transcurre determinado periodo de tiempo. Sin embargo, a diferencia de los que muchos piensan, los códigos, normas o reglamentos que rigen a una sociedad, no impiden de manera alguna el despertar de un pensamiento razonable y analítico, llevando a una persona a no actuar conforme a la voluntad de los demás, sino a la verdadera posición propia.
Esto no quiere decir que sea necesario alejarse de las comunidades existentes hoy en día, sino que por el contrario, esa pertenencia a estos grupos, se encuentre fundamentada, enmarcada y acorralada por argumentos individuales e inalienables, en los que el dominio y la presión social no intervengan, cediendo de esta forma, el paso al prevalecimiento de una decisión personal-racional, que no reprima nuestros intereses más ecuánimes o signifique daño a nuestra integridad como seres naturales y sociales.
No obstante, es difícil pero no imposible desligarse de la idea que ha ido implantando en nuestras mentes el consumismo, método por el cual se nos vende la idea de adquirir desproporcionada e ilógicamente no sólo productos y servicios, sino también ideologías, pensamientos, patrones de comportamiento y actitudes inconscientes, que regulan y destruyen nuestra capacidad de resistencia, y posturas críticas frente a los fenómenos y circunstancias que rodean a la sociedad. Es precisamente allí, donde surge lo hoy en día se conoce como el Homo Economicus, un ser que se caracteriza por desear ser más grande y popular que los demás, por conservar mayor cantidad de bienes materiales pero con menos valores espirituales, y finalmente, por ser percibidos y constituidos como individuos únicamente consumidores, dejando a un lado la mirada independiente y la aptitud de reprochar, juzgar y analizar constructivamente lo que nos cerca.
Hemos perdido y tergiversado el verdadero y amplio significado que posee la palabra cultura, que etimológicamente en un principio se refería al arte de cultivar nuestro intelecto, pero que luego de una transformación social, que implicó pasar de un estado sólido a una posición liquido-gaseosa, llegó a ser reformada, a tal punto de considerar que cultura sólo significa información y un conjunto de prácticas convencionales que abandonan el análisis constructivo. Por ello, no cabe duda de que hemos aniquilado la legítima y veraz definición de este término, afirmación que nos remonta a esta apropiada y oportuna concepción: “La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.”