Charlie Hebbo y la Europa del miedo

Por [Eleuterio]

La risa, el sentido del humor son indiscutibles placeres de la vida, reírse hasta de la propia miseria es síntoma de buena salud.  En muchas ocasiones son también motores que nos ayudan a seguir viviendo, a relativizar los problemas, quitar peso a nuestras desgracias y desdramatizar. Hay profesionales de estos asuntos desde tiempos inmemoriales; los bufones, payasos, sátiros no sólo han aliviado las penas de muchas generaciones a lo largo de la historia sino que además han hecho de sus chistes armas contra la injusticia. El humor es una manera de desahogarse ante situaciones de coacción y de ridiculizar a quien se pretende intocable y por encima de los demás. La sátira puede ofender, puede hacer rabiar pero no mata, ni siquiera hace sangrar un poquito. Muchos de los dirigentes políticos que salieron a manifestarse en París contra el atentado terrorista, son gente de escaso sentido del humor. Como mucho sonríen, lo de la carcajada es para la gente vulgar.

Tras el injustificable asesinato de los dibujantes franceses, la posición de los gobiernos europeos, tanto de conservadores como de socialdemócratas, ha sido la de enrocarse en el discurso de que Occidente es el único garante de las libertades y los derechos humanos en el planeta. Condenaron el terrorismo sin considerar si en otras partes del globo son ellos los que causan verdadero terror. Nada de reflexión, nada de autocrítica. En el imaginario colectivo el Islam se presenta como una amenaza en sí mismo, pasando por alto la gran variedad de contextos que representa, dependiendo de los países y las sociedades a las que nos refiramos.

Desde el inicio del siglo XXI y una vez terminada la guerra fría el Islam se ha convertido en el enemigo que occidente necesita para construir esa realidad dicotómica en la que justifica su posición de fuerza en el mundo; la de los buenos y los malos, los civilizados y los salvajes, la modernidad y la edad media. Por supuesto, la realidad es mucho más compleja.

La islamofobia global tras el 11-S y la permanente desigualdad de clase entre los pueblos islámicos y sus dirigentes crearon un clima de frustración insostenible en todo el mundo árabe. Los y las musulmanas de a pie, se han visto satanizados por la opinión internacional mientras permanecían esclavizados dentro de sus propios países. Las llamadas primaveras árabes han sido una revuelta de la ciudadanía contra esta doble condición. La población se ha revelado contra la idea del islam radical como solución a la supremacía del laicismo occidental y al mismo tiempo ha rechazado los gobiernos tiránicos de sus regímenes militares, esos a los que apoyan las potencias occidentales. La gente salió a las calles para demandar libertades y autonomía, no para combatir en la yihad contra Europa ni para seguir siendo súbditos de dictaduras socias de occidente. Dependiendo de cada país la situación se ha desarrollado de una forma u otra: un estado de caos y guerra civil en Libia y Siria, Túnez por su parte ha encaminado sus protestas hacia un proceso constituyente, mientras que en países como Bahréin o Yemen las revueltas se han silenciado violentamente para que todo siga igual.

Un caso paradigmático en este sentido es el de Egipto. Este país de referencia dentro del mundo islámico, pasó de ser un enemigo de Israel y por tanto de occidente durante buena parte de la guerra fría, a reconocer al Estado judío y ser pieza clave de la política internacional de occidente en la zona. Su economía mejoró a cambio de, entre otras cosas, ser el guardián del paso de Rafah hacia Palestina. La primavera egipcia fue contra la dictadura de Mubarak, un aliado de occidente que mantenía al pueblo en la pobreza y la ignorancia, y después contra Morsi que representaba la alternativa de un estado islamista. La gente rechazó tanto una como otra posibilidad, no obstante es otro militar, el mariscal Sisi, el que gobierna actualmente con el mismo esquema que su antecesor.

Pero sin duda, el último fenómeno que ha sacudido la política internacional es el llamado Estado Islámico. El ISIS, es la nueva amenaza que sirve para justificar la voluntad de supremacía política, económica y moral de occidente. Esta organización radical surge al calor del caos que se vive en Iraq y Siria, a partir de una escisión de Al qaeda, a la que incluso supera en los terrores que representa. Su objetivo es gobernar de forma unificada los diferentes países musulmanes bajo la ley de la sarhia. Una ley que castiga con la muerte la blasfemia y la homosexualidad, el robo con la amputación de la mano o la pierna, el adulterio con la muerte por lapidación, y el consumo de alcohol con entre 80 y 100 latigazos. Estas leyes y estas condenas que pretende imponer el ISIS, son exactamente las mismas que se aplican en la Arabia de los Saudíes a día de hoy. Sin embargo en Occidente, nunca se habla de Arabia Saudí como una amenaza a las libertades de nadie, sino como un fiel aliado de la civilización.

Por otro lado nos queda analizar como dentro del propio mundo occidental, los discursos extremistas tienen cada vez más calado. En sociedades como la francesa vemos como existe un alto porcentaje de población de origen magrebí, que debido a las propias políticas nacionales nunca se han integrado como ciudadanos franceses de pleno derecho. Viven sin dejar de ser magrebís aunque no nacieron allí y sin llegar nunca a ser franceses aunque fue allí donde nacieron. Esta situación que se prolonga ya durante tres generaciones tiene una doble consecuencia. Por un lado ocurre que cuando a los marginados se les niega la identidad se aferran a las ideas más radicales, más atroces como las del islamismo radical. Por otro refuerza por oposición las mentalidades racistas, patrióticas y xenófobas de las que se nutre otro radicalismo, el de la extrema derecha. Esta situación ha servido a la extrema derecha europea para amplificar sus soflamas de odio y xenofobia contra el Islam.

En este panorama en el que se construye la Europa del miedo, se echa en falta la posición reflexiva y la capacidad de discernir y actuar en consecuencia a principios de justicia social que posibiliten nuevos escenarios tanto en las sociedades occidentales como las musulmanas. La hoja de ruta adecuada para solucionar los conflictos, no es la estrategia que alimentan los extremismos de atacar al “otro”, sino la de acabar con las injusticias de base en el ámbito de los derechos y libertades que debe tener cualquier ciudadano independientemente de su credo, etnia o condición.