Exilios mediterráneos

Por Eleuterio Gabón

Cuando los padres de Bouziane no querían que sus hijos se enteraran de sus privacidades, hablaban entre ellos en una lengua extraña, que nada tenía que ver con el árabe. Tampoco reconocían en ella el francés que les enseñaban en la escuela o que alguna vez escuchaban a las autoridades del país. Tal vez Bouziane nunca imaginó que un día sus propios hijos deberían aprender aquella lengua con la que los abuelos cuchicheaban sus intimidades. Él mismo, tuvo que aprender el castellano por los azares de la vida, cuando decidió dejar Argelia para refugiarse en Alicante y después en Valencia.

Este viaje a las costas mediterráneas españolas fue realizado a la inversa muchos años antes en otro exilio que en aquel caso fue masivo. En realidad era frecuente que gentes de estos lugares, así como de las islas Baleares viajaran hasta las ciudades costeras de Orán o Argel en busca de trabajo. A principios del pasado siglo había cerca de 300 mil españoles en suelo argelino que poco se mezclaban con las élites coloniales francesas. Durante décadas, valencianos, mallorquines, alicantinos hicieron su vida en Argelia y convivieron en los barrios populares compartiendo los trabajos del mar o del campo con las gentes argelinas. Esta convivencia hizo posible que los padres de Bouziane conocieran bien el idioma de sus convecinos españoles y pudieran chapurrearlo como recurso para hablarse entre ellos sin enterar de sus cosas a sus pequeños. Lo que sí le contaron sus papás a Bouziane fue la historia de una de sus vecinas españolas, María García, que salvo a más cien personas cuando se produjo aquel exilio multitudinario.

El 28 de marzo de 1939 el buque Stanbrook, un barco de mercancía con disponibilidad para unos 30 tripulantes, recogió en el puerto de Alicante a más de 2500 personas que huían de la represión fascista una vez acabada la guerra civil. Después de un día de travesía, el abarrotado buque llegó al puerto de Orán. Todos sabían que había una importante comunidad española en la ciudad que podría acoger a sus paisanos exiliados. Sin embargo las autoridades coloniales francesas, adeptas al régimen fascista de Vichy, veían en estos republicanos y revolucionarios españoles un peligro para su estabilidad. Prohibieron el desembarco de los exiliados que tuvieron que permanecer en el buque durante casi un mes en condiciones infrahumanas. Sólo quienes contaran con algún pariente directo en la ciudad podrían desembarcar.

Y aquí entra la historia de María García. A su apellido tan común, María añadió inventándose un segundo, Pérez, resultando más de un centenar de coincidencias en aquel barco repleto que pasaron por ser primos, primas, tíos, tías, sobrinos, sobrinas y demás parientes de la susodicha, que así logró rescatarlos del buque que les había rescatado. Un mes después quienes sobrevivieron y pudieron finalmente desembarcar fueron destinados a campos de trabajo en el desierto. Más tarde algunos de esos hombres se unirían a la resistencia francesa y serían los primeros en entrar a París cuando Francia fue liberada de la ocupación nazi.

Hoy Bouziane Khodja, periodista argelino, cuenta esta historia en perfecto castellano. Lleva más de un lustro viviendo a caballo entre Madrid y Valencia con su familia. Huyó de Argelia cuando después de cerrar sus periódicos por sus críticas al gobierno y de no poder acabar con su vida tras atentar contra él, los servicios secretos intentaron secuestrar a su hijo pequeño. Puso tierra de por medio pero lo lleva bien. No se siente extranjero estando en el Mediterráneo y para reconfortarse, cita a otro argelino de familia mallorquina, Albert Camus, quien aseguraba que “las miserias se aceptan mucho mejor si se tiene un buen sol”.