La deuda histórica con sus hijos e hijas desparecidos/as

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Por haber practicado la justicia y el derecho, vivirá. Ezequiel 33,16. 

¿No habrá manera de que Colombia,  en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta,  entonces profetizo una desgracia:  Desquite resucitará,  y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas. -Elegía a Desquite, Gonzalo Arango 

Querida y contradictoria Colombia, 

Un saludo fraterno,

Con respeto y aprecio escribo para recordarle, informarle o hacerle tomar conciencia que tiene una “deuda” histórica con sus hijos e hijas desparecidos/as.

Deuda moral, ética, social y humana. Deuda con la verdad, la justicia, la memoria y la dignidad.

Desconocer esta “deuda”, minimizarla o retrasar, indefinidamente, su “cancelación” es un atropello brutal a las víctimas y una grave revictimización a sus familiares y amigos. Además, la daña a usted misma, porque pierde credibilidad, “autoridad” y respeto, se desprestigia ante el mundo y ante los suyos.

Esta “deuda” produce daños irreparables a familiares, amigos/as y compañeros/as de trabajo, de militancia política, de luchas sociales, por los derechos humanos y ambientales de las víctimas de desaparición forzada.

Afecta a familiares y amigos que viven diariamente un infierno indescriptible, el infierno de la incertidumbre y afectaciones humanas, psicológicas, económicas y sociales causadas por la desaparición de sus seres queridos.

Ellas y ellos están sometidas/os a la permanente, cruel y despiadada tortura de no saber qué pasó son sus seres queridos, si están vivos o no, de no poder darles una digna y humana sepultura… La tortura del sentimiento de culpa por no haber impedido la desaparición, por no haber estado para protegerlos; igualmente, por el sentimiento de culpa al sentir rabia con sus seres queridos desaparecidos por “andar metido en esas cuestiones”: derechos humanos, militancia política, cuestiones sociales o ambientales…

El trato cruel e inhumano al que son sometidas las víctimas, y la tortura que viven sus seres queridos, hace de la desaparición forzada como un crimen de lesa humanidad.

Le recuerdo, mi querida y contradictoria Colombia, que el artículo 5 de la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, dice que “La práctica generalizada o sistemática de la desaparición forzada constituye un crimen de lesa humanidad tal como está definido en el derecho internacional aplicable y entraña las consecuencias previstas por el derecho internacional aplicable”.  

¿Qué significa un crimen de lesa humanidad?

El término “Lesa” viene del latín “laesae”, que significa: herir, injuriar, causar daño. El término “Humanidad”, en este contexto, se refiere al conjunto de los seres humanos. El crimen contra la humanidad es el intento de privar a la humanidad de riquezas esenciales, inherentes a la especie humana como especie, como el ser compuesta por diversidad de razas, etnias, concepciones políticas, religiosas, ideológicas… la gravedad del crimen lesa humanidad podría concebirse en el triple sentido: de crueldad para con la existencia humana; de envilecimiento de la dignidad humana; de destrucción de la cultura humana. Comprendido dentro de estas tres acepciones, el crimen de lesa humanidad se convierte sencillamente en ‘crimen contra todo el género humano”.

Estimada Colombia, no tomar en serio el crimen de la desaparición forzada la daña a usted misma, porque la hace ver como una patria-matria a quien le desaparecen sus hijos e hijas y “sigue como si nada pasara”, indolente frente al profundo sufrimiento de sus familiares y amigos/as. La hace como una mala madre, y esto tanto en “casa” como ante la familia de las naciones, con quienes usted intenta quedar muy bien. No olvide sus compromisos solemnes con el mundo y que, aunque quiera desconocerlos o minimizar lo que está pasando, no puede. 

Le escribo también, para pedirle que vea, analice y tome en serio lo que pasa con tres grupos de sus hijos e hijas, que explico a continuación: 

  • Un pequeño grupo de ellos y ellas, creó un sistema muy efectivo para adueñarse de la economía y poner la vida, la política, la democracia, los valores que orientan la sociedad y la naturaleza, al “servicio” de los intereses económicos. Ese sistema discrimina, margina, atropella y excluye, por diversos medios, a la mayoría de sus hijos e hijas. Y quienes se oponen o proponen alternativas son calumniados, amenazados, desplazados, exiliados, torturados, asesinados o desaparecidos. Mucho dinero, poder y lujo están marcados con sangre, ilegalidad, corrupción, trampas e injusticias.
  • Otro grupo, muy numeroso, son víctimas del pequeño grupo: por la violencia socio-política contra quienes se oponen a ellos y no se someten a sus intereses, por el despojo de sus tierras, por la quiebra prevista de pequeñas y medianas empresas, por la entrega de los recursos nacionales a intereses extranjeros con negocios torcidos a cambio de sobornos y dineros bajo la mesa,  porque la salud, la educación, los servicios públicos… fueron convertidos en negocios privados. 
  • Un tercer grupo, la inmensa mayoría de tus hijos e hijas, son los que aparecen como “indiferentes” o al margen de todo lo que pasa.

Creo que lo pueden hacer por dos razones: una, porque andan preocupados/as por conseguir el diario para “sobrevivir”, por las extensas jornadas de trabajo que no alcanza para vivir con dignidad; otra, por el uso, en apariencia muy inteligente, de los medios de información y de las redes sociales, para impedir que vean que sus problemas económicos, de salud, educación, vivienda, servicios públicos, desempleo o subempleos… son causados por el pequeño grupo, que es dueño de la mayoría de esos medios.

Éstos y las redes sociales, hacen que la gente mire para otro lado y no vea por qué están viviendo como están viviendo, que no se pregunte por las causas reales de la realidad social.

Esta realidad explica por qué la mayoría de sus hijos e hijas, son indiferentes con la tragedia humana, social y política de la desaparición forzada, por qué no dimensionan lo que ha pasado, y por qué piensan o dicen que “si lo desaparecieron… por algo seria”, “en algo andaba metido”, “estaba en el lugar equivocado”.

Además, la inmensa mayoría de las y los desaparecidos no son de estratos altos, o han sido criticados por el sistema implantado por el pequeño grupo. Esto explica la inoperancia estratégica del Estado para hacer “justicia”, y que intente eliminar, real o simbólicamente, a quienes piensan y son distintos, enviando el mensaje a la sociedad de que “no diga”, “no reclame”, “no busque”, “quédese callado”, “déjele las cosas a Dios”. 

Así, y con otros mecanismos y estrategias, el sistema produce miedo, rabia, impotencia y desesperanza en quienes buscan tanto a sus seres queridos, como a la verdad y la justicia; y así se oculta o esconde a los autores, determinadores y beneficiarios de los crímenes de lesa humanidad, y de manera especial quedan inmunes por una impunidad estratégica.  

Querida Colombia, le escribo desde el conocimiento, muy cercano, del drama que viven familiares y amigos de las y los desaparecidos, de los silencios impuestos, de la rabia contenida o a veces expresada, de las profundas rupturas humanas, familiares, sociales, laborales, existenciales, de fe, de sentido… Del drama que, ordinariamente, viven en silencio, con miedo, sin atreverse a expresarlo, a tramitarlo, a buscar o a aceptar una ayuda cualificada. 

Ellas y ellos me han permitido entrar en sus sagrarios de dolor, miedo, angustia, rabia, indignación, culpas y rupturas… Palpar la fuerza profunda de su terca, improbable, incesante y a veces suicida búsqueda de sus seres queridos, de la verdad, de la justicia y de la dignidad. 

La entrada a los sagrarios de múltiples víctimas, en Colombia y en el mundo, me ha cambiado la manera de ver y vivir la vida, de ser ciudadano, la manera de comprender y vivir mi ministerio sacerdotal.

Esta carta está marcada por la contemplación y la vivencia de las experiencias profundas, conmovedoras y transformadoras, preparando con las familiares el encuentro con sus seres queridos: unos pocos huesos. Encuentro querido, soñado, añorado, buscado o temido…, y que despierta una madeja de sentimientos confusos, impredecibles, inimaginables e indescriptibles, que solo quienes lo han vivido pueden comprender. Los demás vemos o percibimos, pero no comprendemos en toda su dimensión.  

Varias personas me han permitido ser testigo del encuentro privado con los restos de sus seres queridos. Un momento indescriptible, solo se puede contemplar y sentir. Un momento compuesto por infinidad de sentimientos; momento profundamente reparador, restaurador, momento que sintetiza múltiples emociones sagradas. Las miradas llenas de amor y dolor, las caricias más hermosas que he visto, los besos más esperados, las palabras más cortas, profundas y dicientes, los suspiros reparados… han llenado esos momentos. 

Querida y contradictoria Colombia, tiene Ud. el deber y la obligación jurídica, ética, moral humana de “remover cielo y tierra” para que miles y miles de sus hijos e hijas se encuentren con sus seres queridos, para garantizarles la sanadora verdad y la reparadora justicia. 

Así recuperará su autoridad y su dignidad, será, de verdad, una matria-patria para todos sus hijos e hijas. 

Con respeto,

P. Alberto Franco, CSsR, JyP francoalberto9@gmail.com


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