[ Foto: capuchinos]
[Abilio Peña - ~~@~~Abiliopena
[23 Jul 2015]
En en los años en que vivió Francisco de Asís (1181[2]-1226), el mundo católico estaba en guerra con los musulmanes por el control de los lugares sagrados de Jerusalén. Fue tal la fuerza de la campaña, conocida como Cruzada, que Bernardo de Claraval prometía el premio de la vida eterna a quien mataba o a quien moría por esa causa: “Para ellos, morir o matar por Cristo no implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Además, consiguen dos cosas: muriendo sirven a Cristo, y matando, Cristo mismo se lesdientrega como premio”.
Desde el otro lado de la confrontación un cronista árabe del siglo 13 consignaba su percepción sobre las dimensiones de la guerra declarada contra ellos: “Aquí el Islam está confrontado con un pueblo enamorado de la muerte... Celosamente imitan a aquel que adoran; desean morirse por su sepulcro... Proceden con tanta impetuosidad, como las polillas de la noche vuelan a la luz.”
En ese contexto Francisco de Asís no creyó en la maldad ontológica de los sarracenos musulmanes ni en la bondad incuestionable de sus hermanos católicos y resolvió mediar para evitar que unos y otros se siguieran matando. El bello relato cinematográfico “Francisco y Santa Clara”, da cuenta de este episodio (https://www.youtube.com/watch?v=D7V3HVviKEo). Visitó el campamento católico, habló con el cardenal Pelagio a quien le manifestó que visitaría al Sultán en Egipto para pedirle que pactaran un cuerdo de paz. El cardenal le dijo que los Sarracenos decapitaban a sus prisioneros y paseaban sus cabezas. Francisco le replicó que ellos hacían lo mismo con la diferencia de que lanzaban las cabezas a los enemigos.
Francisco emprendió el camino con uno de sus hermanos de comunidad y al llegar al campamento Sarraceno fue detenido mientras el Sultán escuchaba desde la trastienda el interrogatorio. Al oírlo hablar de paz, del Dios de los pobres, del Dios de Jesús, se interesó y salió al encuentro del visitante, y pidió a los guardias que los liberan y curaran. Hablaron por largo tiempo de Alá y de Jesús, de la necesidad de buscar otra vía distinta a la violencia para distribuirse el cuidado de los lugares sagrados de Jerusalén, comunes a las dos religiones. Francisco se propuso como mediador con los cruzados católicos y el Sultán aceptó que les hablara de un acuerdo de paz. Pero ante el riesgo de que los cruzadas se negaran a aceptarlo, le entregó un cuerno para que lo tocara solo si su mediación fracasaba.
Y así fue. El cardenal de la cruzada católica, apenas escuchó a Francisco, ordenó el ataque contra el campamento del Sultán, despreciando la posibilidad de un acuerdo de paz. Francisco volvió a su comunidad, no sin antes avisar a su interlocutor del fracaso de su intento. Caminó con el corazón partido ante la contradicción experimentada de un “infiel” que aceptó su oferta y de un “fiel” que la rechazó.
Odios similares se han reproducido en el occidente cristiano contra los indígenas, afrodescendientes, judíos, liberales, científicos, comunistas, insurgentes. Lo sectores de poder no han escatimado calificativos para generar desprecio contra quienes consideran sus enemigos, intentando deshumanizarlos al punto de provocar su eliminación física. Similar ha ocurrido en Colombia con los alzados en armas contra el establecimiento y contra todos aquellos a quienes se les identifica con esa causa.
Hoy la posibilidad de avances en el proceso de paz pasa por el desescalamiento de la confrontación armada, pero también, por la disminución de la carga de odio que los sectores de poder reproducen a diario desde los medios masivos de información. A través de palabras y de imágenes introyectan en el imaginario colectivo la convicción de que la eliminación del “enemigo” es un bien para sí y para la sociedad.
Debemos darnos la oportunidad de ver al insurgente en su condición humana, contemplar los seis ceses unilaterales declarados por las Farc cumplidos casi en su totalidad y la disposición al diálogo que ha expresado el Eln. Se requiere trabajar por una respuesta en consecuencia de parte del gobierno.
Ya el presidente Santos ha afirmado que a las Farc no se les puede seguir llamando terroristas ni narcotraficantes, un paso importante que debe ir mas allá. Quizás si se les escucha sin las prevenciones de los mensajes de odio difuminados como pólvora, podemos comprender sus posiciones y contribuir a salidas no violentas para resolver las contradicciones, tal como lo hizo Francisco de Asís con el Sultán musulmán en Egipto. Si lo hacemos, quizás nos llevemos sanadoras sorpresas.