Eleuterio Gabón
La mujer, pequeña y enjuta, caminaba entre los muertos del cementerio buscando pistas. Nadie lo habría sospechado a simple vista. Nadie se hubiera fijado en sus paseos incansables en largas tardes de verano, otoño o invierno. A veces se sentaba fatigada en algún banco e intentaba reponerse, ya no del cansancio de sus andares, sino de los descubrimientos que iba haciendo y que la sobrecogían. A veces se paraba un rato para llorar, otras le entraban incluso arcadas. Nada extraño para la atmósfera triste que acompaña un camposanto. Sin embargo ésta mujer no estaba visitando a su muertos, sino que buscaba a los muertos de todos, a todos los que en ésta ciudad habían sido sepultados en la clandestinidad, en la ignominia y en el olvido.
El 1 de abril de 1939 las tropas del general Franco celebraban el día de la victoria tras una guerra contra el pueblo español que había luchado con todas sus fuerzas por detener al fascismo. “Porque no fue una guerra civil, fue una guerra antifascista.” Así lo señala nuestra protagonista, esta mujercilla de ánimo infatigable que recorría los cementerios, Amparo Salvador, que así se llama. Un día antes de esta fecha había caído la ciudad de Valencia, capital de la República y último reducto de resistencia. Fueron muchos los que habían llegado a la ciudad retirándose del frente ante el avance de las tropas franquistas, muchos heridos, enfermos y muchos niños y mujeres. El día que cayó Valencia, la ciudad estaba llena de republicanos, anarquistas y rojos en general. La represión contra ellos duró años y fue tan despiadada y cruel como metódica y alevosa.
“Yo había oido a mis mayores contar barbaridades de aquella época, hablaban de miles de muertos pero me preguntaba, ¿si fueron tantos dónde los habían enterrado?” Desde el mismo día en que se dispuso a investigar se encontró con dificultades. Con el silencio de quienes sabían y callaban por miedo aun 60 años después. También con el silencio de quienes abogaban por el olvido de aquellos años, bien por conveniencia, bien por autoprotección. Amparo comenzó revisando los montes y los caminos de los montes más próximos a la ciudad, hasta que alguien le puso sobre la pista: “el mejor sitio para esconder algo que no quieres que encuentren es el más obvio y el más inesperado.” Fue así como dió con el cementerio de Valencia.
Fue con mucho trabajo, dedicación y un gran aplomo, con los que fue sacando adelante sus investigaciones. A veces quedaba horrorizada de sus descubrimientos y tenía que aplazar su búsqueda para sobreponerse y juntar fuerzas. Su tarea fue inmensa. Descubrió que bajo el nuevo cementerio estaban las fosas de los represaliados por el franquismo. Fosas construidas de forma ordenada, de gran profundidad y con paredes que separaban las filas donde hombres, mujeres y niños eran arrojados con prudencia para poder almacenar el mayor número de cadáveres posible. “Fue un genocidio, no sólo por esa planificación para hacerlos desaparecer sino por la intención de acabar con una masa social que había resistido a los vencedores de la guerra.” Los represaliados durante los primeros años de la dictadura no fueron únicamente los combatientes antifascistas, sino también sus familias, sus compañeros, cualquier sospechoso y todo aquel que no fuera adepto al nuevo régimen. La consigna era acabar con los perdedores para que una revolución social como la que se dió en los años treinta en España no volviera a suceder nunca más.
Así se impuso el terror y una ley del silencio que duró más de 40 años. Cuando la dictadura acabó, la nueva generación de políticos decidió que el silencio debía prolongarse y el olvido mantenerse. Amparo no estuvo de acuerdo. Buscó y encontró y lo hizo público aún con la oposición de la gran mayoría. Reveló más de 23 mil muertos ocultos en las fosas del cementerio de la ciudad y señaló que muchos otros estaban por descubrir todavía. El Foro por la Memoria del que es fundadora sigue peleando por el reconocimiento de aquellos hechos terribles y por la justicia que todavía se les debe a aquellos muertos. A día de hoy las fosas están destruidas o siguen ocultas bajo los nuevos nichos. Sin embargo cada primavera, son cada vez más quienes se acercan al cementerio y llevan flores con los nombres de aquellos que siguen enterrados bajo los jardines para que no triunfe el olvido.