Foto: lafm,com
Por [Camilo de las Casas ]
20 de Abril
La muerte de 10 militares y otra veintena heridos por un ataque o una confrontación con la guerrilla de las FARC EP es repudiable. Claro, aunque sea un hecho de guerra, como todos los hechos de guerra. Por eso se trata de construir una salida no violenta. Es tan repudiable como las torturas y despojo a pobladores de Pedeguita Mansilla en el bajo Atrato por los neoparamilitares herederos de los Castaño; tan repudiable como el control de estructuras criminales paramilitares que propician la muerte y la esclavitud entre negros en Buenaventura, o las macabras imágenes que nos muestran la salvaje condición humana sobre los animales; y tan repudiable como la concesión minera en páramos. Sí, todas esas manifestaciones son repudiables. La muerte de cualquier ser humano por la violencia o la exclusión social, ambiental es éticamente inaceptable.
Pero tal repudio, que debe incluir a los medios empresariales, que informar como mercenarios y sin contexto no debe ser usado inescrupulosamente para rasgarse las vestiduras. Eso es una absoluta hipocresía. Hipocresía Santista y Uribista. Ambos se lavan las manos con lo que ellos mismos han alimentado: el odio, la guerra, y el engaño para el enriquecimiento y la protección de la riqueza o el enriquecimiento vía paramilitarismo. Ellos, sin pudor, han usado cuantos medios les han sido alcanzables para lograr sus objetivos, se han beneficiado de la guerra y de la vida de miles de pobres soldados y policías.
Santos carece de la coherencia, de la fuerza, el perrenque para convencernos que está construyendo realmente un país hacia la paz. Esa actitud a veces meliflua la siguen pagando los empobrecidos con su negativa a un cese bilateral, soldados y guerrilleros, y por supuesto, la eterna zozobra y victimización de los civiles. Es evidente que su política social y ambiental, su estatuto de desarrollo rural, su Plan Nacional de Desarrollo, está en contra vía de la democratización de la propiedad rural y de una democracia con derechos para todos. Por dulzarrón, poco convincente, como se expresa en su temor a hablar claramente con los militares y policías sobre los privilegios que serán necesarios recortar y las modificaciones a la doctrina militar para que sea posible la anhelada paz. Por esa actitud tan gelatinosa no le creen, le chiflan, se le ríen como ocurrió hoy al terminar la jornada de atletismo en Bogotá de la Fundación Matamoros por los “héroes de la patria”. Por eso le chuzan, por eso le hacen y deshacen operaciones “andrómedas” y mayoritariamente las familias de los militares apoyan electoralmente a Uribe.
Uribe, astuto, pragmático, sagaz, el “señor de las sombras”, mantiene contra la pared a Santos. Su discurso de guerra es más convincente que el superfluo de Santos, que no enamora a nadie con la paz. Aún ni las franjas pagas de publicidad en los medios privados le han permitido hacerse creíble ante la opinión. Santos desde el comienzo ha hablado de la paz con mensajes de guerra, sus reacciones guerreristas cada vez que el proceso se encuentra en crisis, parecen berrinches y palos de ciego que muestran su inconsistencia y lo poco convencido con la paz de la que verbaliza.
En cambio, en ese mundo de la percepciones, Uribe, síntesis del desarrollo empresarial latifundistas con el empresarial urbano, aparece como contundente y coherente. Él logra alentar a tiempo y a destiempo la verborrea de la guerra aunque sepa que no es posible la derrota militar. Ese Uribe expresa el establecimiento real, no el de la imagen de Santos, que simula la paz con la pax romana, como la concibe también Uribe. La extrema, la derecha está aprovechando las crisis, está alentando una nueva fase de la guerra militar, que dicho sea de paso, siempre ha estado al interior del gobierno de Santos, quien nunca ha sido capaz de tomar distancia radical con el militarismo.
La expresión Uribista ha logrado hacer nadar al tembloroso presidente en el lenguaje de la guerra. La reacción a la retención del general Alzate a finales del año pasado, suspendiendo las conversaciones, las reacciones a un hecho doloroso de guerra como el sucedido en Cauca con los anuncios de los bombardeos, muestra la realidad de la imagen. El hombre que internacionalmente se ve como el hombre de la paz es al interior el hombrecillo de la guerra. Uribe hace mofa de ese personaje que no parece el hombre de la paz.
Santos olvidó nuevamente que su principio en las conversaciones con las FARC EP es “nada está acordado, hasta que todo esté acordado”, y que se dialogará en medio de la confrontación. Si fuera más coherente, asumiría su responsabilidad por los criterios y métodos acordados para la conversación con las FARC EP. Santos, luego de repudiar los hechos y de volver al anuncio de los bombardeos para congraciarse con la extrema Uribista, debería reconocer que su método de diálogo debe modificarse, pensar en un cese bilateral, en un modelo de justicia inédito y en la aceptación de una Comisión de la Verdad profundamente transformadora de la estratagema mediática que el establecimiento, los políticos, y por supuesto, los militares, han alentado sobre el conflicto armado.
A Santos, que pasó por las escuelas de la guerra, se le ha olvidado que los ruidos de sables se enfrentan con fortaleza, con coherencia y credibilidad. Santos cree que el general Mora, que renunció a la Comisión de Paz, lo hizo porqué sí, o más bien, como algunos rumoran, por el fastidio con un Consejero Presidencial de la Paz, que no es capaz de comprender al país nacional, que es más allá del juego de entelequias de la paz sin conocer el país real. Porque son los guerrilleros, los policías y los militares de base, y uno que otro general, los que conocen la realidad de los territorios, ellos saben lo que es la marginalidad de los propios habitantes rurales, no los civiles montados en sus negocios. Algunos de los castrenses son conscientesde que los asuntos de la exclusión no se resuelven a bala, a pesar que ellos se benefician de la guerra.
Santos, con sus reacciones, desalienta la posibilidad de resolver el conflicto armado y de cimentar las bases para una democracia social y ambiental justas. Sus reacciones no lo muestran como el hombre jugado por la paz, más bien juagado de guerra. No hay que ser ningún académico ni experto en conflictos armados para entender que Santos cree que el plazo de los acuerdos es octubre próximo, y que se trata de acordar una dejación de armas y ya, desconociendo que ese tipo de pax es peor y no posibilita un acercamiento mínimo con las apuestas proyectadas desde la insurgencia colombiana alzada en armas. Hay que echar una pequeña miradita a lo que viene sucediendo en SudÁfrica, Guatemala; unas resoluciones de conflictos armados sobre la base de entrega de armas, concesiones políticas sin reformas económicas ni de garantías reales,eso no es paz.
Su reacción complaciente con la extrema derecha sigue demostrando que no es el hombre de la paz, y que su modelo de pax, le está llevando a naufragar en las aguas guerreristas de Uribe. Así que hay que decirle a Santos que no basta repudiar, hay que asumir con coraje la construcción de la paz, negando esa pax neoliberal que se disfraza en lenguajes de guerra y asumiendo la responsabilidad por llevar tercamente un proceso que imposibilita el cese bilateral y el camino de la justicia socio ambiental.